Hace un año compré un par de zapatos de cuero. Se veían hermosos en la tienda y más hermosos cuando me los probé. Estaba tan contento que los saqué de su caja y me los llevé puestos y desde entonces los usé sin falta todos los días.
A partir de la segunda semana empecé a sentir incomodidad porque el zapato me quedaba muy justo y empezaron a dolerme las plantas de los pies. No le hice caso porque usar zapatos por muchas horas suele cansar los pies.
Pero la incomodidad fue empeorando, el dolor era más fuerte y caminar con ellos por más de una hora podía ser una tortura. Pero adivina qué. Seguía usándolos.
Me repetía a mí mismo que ¿quién se compra zapatos caros y los guarda en un cajón? Solo los millonarios y yo no soy millonario. A mí me enseñaron a valorar las cosas. Así que preferí castigar a mis pobres pies por varios meses, como si eso me devolviera el dinero que gasté.
El problema llegó a su punto máximo en el EDcamp, el evento anual de mi empresa. Pensé que era el momento ideal para comprar unos zapatos nuevos, bonitos y que no me lastimen. Pero me repetí que no soy millonario, que esos zapatos todavía aguantan…
Al terminar el evento tenía dos heridas en los dedos de los pies y cojeaba.
Entonces tomé la decisión de no usarlos más.
Pero cada vez que abría mi armario los veía ahí y recordaba la ilusión con qué los compré y que el dinero no crece en los árboles y que quizás el cuero se ha estirado y que ya me quedan bien y otras mentiras. Cada vez que abría mi armario volvía esa crisis existencial.
Hasta que un día decidí que me estaban torturando demasiado, y no a mis pies, sino a mi mente. Así que los boté. Y para estar seguro de no arrepentirme los dejé en la calle encima del cesto de la basura para que se los lleve la primera persona que los vea. En menos de media hora habían desparecido, y con ellos mis dudas, mis remordimientos y mi cargo de conciencia. Me sentía libre al fin.
¿Cuántas veces nos aferramos a cosas que no encajan con nosotros porque tenemos fe de que algún día van a encajar (aunque en el fondo sabemos que no es así)? Unos zapatos muy ajustados, una relación tóxica, un trabajo que nos quita las ganas de vivir, una carrera a la que nos metimos por presión de la familia. La lista es incontable.
Cuantos de nosotros al ir a ese trabajo que nos agobia, a esa carrera que detestamos, o al pasar con esa persona que te ahoga no se repiten las mismas mentiras que yo cuando abría mi armario y veía los zapatos: “seguro van a encajar, he invertido mi tiempo en esto, hay que tener paciencia”.
Aunque en el fondo sabes que te estás engañando para soportar un día más.
Mereces ser libre. Si algo no va a encajar y ya le diste todas las oportunidades para hacerlo, libérate. Antes que te cause más heridas y te deje cojeando.
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