Soy afortunado.
Crecí en la pobreza y me castigaban a golpes. Muchas veces no hubo qué comer y desde que me convertí en adolescente me rebelé y empecé a comunicarme a gritos.
Salí muy tarde de la casa de mis padres y apenas me mudé me despidieron del trabajo. No podía pagar el alquiler, malvivía con trabajos esporádicos y pasaba la vergüenza de esconderme del dueño cuando venía a cobrar.
Soy afortunado.
Nos fuimos con mi esposa y mis dos hijos a vivir a una casa con piso de tierra en la que no teníamos ni puertas ni ventanas y colgábamos sábanas viejas de un clavo para remplazarlas. El poco dinero que ganaba lo gastábamos en comida porque no alcanzaba para más.
En el caso extremo tuve que colarme en casa de familiares o pedir prestado para comer.
Soy afortunado.
Empecé a dar clases por internet hace 8 años para tener un ingreso extra y poco a poco se transformó en una empresa. Pero nunca tuve inversionistas como otros emprendedores y cometí tantos errores que pasé por muchos momentos aterrado porque el negocio se iba a morir y trabajando jornadas de 16 a más horas diarias de lunes a domingo.
Mi empresa no obtuvo ganancias durante casi 7 años y mis socios y yo dejamos de cobrar en varias ocasiones. Nos preguntábamos si algún día esto crecería o si solo estábamos jugando a ser emprendedores.
Soy afortunado.
Me han hecho enormes campañas de difamación para destruirme, coordinando ataques desde todas las direcciones. Han usado mi nombre para conseguir sus 5 minutos de fama. Por envidia. Porque un tipo de barrio no merece salir adelante.
Caí en una etapa de depresión de la que pensé que nunca saldría y dormía con una piedra atorada en el pecho que no me dejaba respirar mientras daba vueltas por horas en la cama para conciliar el sueño.
Sigo siendo afortunado.
Vivo en una de las zonas más peligrosas de Lima, donde es imposible hacer relaciones de negocios y el networking que me ayudaría a crecer. En una zona donde mis hijos no pueden salir a jugar porque hay delincuentes, drogadictos y asesinos en las calles. Y no puedo irme a un lugar mejor por un familiar enfermo al que debo atender.
Y a pesar de todo soy afortunado. Porque aprendí que si compito contigo o con cualquiera para saber quien sufrió más, todos quedamos empatados. Y eso me hizo entender que no soy especial, que el destino no me escogió para joderme. Que la vida es una mierda para todos y hay que entender que el dolor es parte de la vida y seguir luchando.
Soy afortunado porque aprendí que el cerebro humano se enfoca en lo negativo. Y no es culpa mía ni tuya, es biología. El cerebro tiende a recordar más lo negativo que lo positivo. Por eso los programas de TV o canales en redes sociales publican morbo, chisme y basura, porque atrae más que los temas positivos.
Por eso pensamos más en los problemas que en las soluciones. Nos enfocamos más en los obstáculos que en las posibilidades y nuestra vida se convierte en una queja constante. Y tu identidad se vuelve la de alguien que se queja de todo. Y quien se queja no crece.
Aprendí que tú decides en qué enfocar tu mente. Si en lo bueno o en lo malo. Tú decides repetirte todos los días si eres afortunado o desgraciado. Y si te lo repites el suficiente tiempo, te lo vas a creer. Para bien o para mal.
Tengo que repetirlo porque esta es la clave que puede cambiar tu vida: tú decides en qué enfocar tu mente. En lo bueno o en lo malo. Tu mundo puede estarse cayendo a pedazos. Pero tienes la libertad de elegir si te hundes también o empiezas a pensar en las posibilidades en lugar de pensar en lo peor.
Porque la verdadera lucha no está afuera. La verdadera lucha está en tu mente. Entre tus miedos y tus esperanzas. Entre tus dudas y tus ilusiones. Entre lo que quieres lograr y los obstáculos que te intimidan.
La verdadera lucha está entre repetirte todos los días: “soy afortunado” o “no sirvo para nada”.
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